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La calidad de un vino viene definida por la ausencia de defectos. El vino perfecto no existe; incluso los grandes vinos tienen alguna que otra imperfección. Pero que tenga defectos no quiere decir que sea malo; en cambio, que sea defectuoso, sí.

Un vino siempre debe ser límpido y brillante, independientemente del color que tenga. Cuando un vino se presenta turbio, puede indicar la existencia de una alteración de tipo bacteriológica. No debemos confundir la turbidez con la existencia de posos en suspensión en un vino, que muchas veces suelen ser un referente a la calidad de los tintos con un proceso de filtración bajo.
Actualmente es muy difícil encontrar un vino defectuoso gracias a los avances tecnológicos modernos y a los exhaustivos controles de calidad a los que se ve expuesto durante su proceso de elaboración. Sin embargo, a veces ocurre que un vino llega a nuestras manos y, al descorcharlo, descubrimos que hay algo mal en él.

Por suerte para nosotros, los vinos defectuosos son fáciles de detectar a simple vista o a través de nuestra nariz, y si tenemos claros una serie de puntos, siempre podremos reconocer a tiempo un vino en mal estado.

¿Cuáles son los defectos más típicos de un vino?

Existen varios, pero el más fácil de reconocer es el olor a corcho. Este defecto también aparece a través de olores parecidos al moho e incluso al petróleo. La mayoría de las veces se deben a la degradación de ciertos microorganismos u hongos que afectan al corcho y acaban extendiéndose al vino, y otras, menos corrientes, a compuestos utilizados en la limpieza de las bodegas y la madera de las barricas.

Otro defecto fácilmente reconocible es el vino avinagrado, o conocido popularmente como vino picado. Resulta muy sencillo de detectar, pues el vino adopta un olor muy parecido al del vinagre. Este defecto se produce por la acción de bacterias que se desarrollan en ausencia de conservantes y en viñas podridas, y es el peor calificativo que se le puede poner a un vino.
Los vinos oxidados, por su parte, presentan un fuerte olor a rancio. Este defecto también es reconocible a través de la vista. Los vinos blancos, por ejemplo, tienen un color apagado cuando se encuentran en mal estado; si un tinto presenta colores anaranjados, significa que se ha oxidado, ya sea por una aireación excesiva o por pasar demasiado tiempo en botella.

También podemos encontrarnos con un vino azufrado, debido al aditivo sulfuroso que se añade a muchos de los vinos de calidad y que se usa por sus cualidades antioxidantes y antisépticas. En este caso, desprenderá un fuerte olor a cerillas apagadas. Cuando hay un exceso de este aditivo no podemos apreciar las virtudes del vino, y en boca nos proporciona una sensación picante, como si fuera tabasco. Este defecto suele ser más común en los vinos blancos o en tintos jóvenes muy concentrados.
Los que contienen un nivel de ácido sulfhídrico presentan un olor a huevos podridos o vegetales en descomposición. También se dice que el vino está reducido.

A veces existen vinos que han pasado por una mala fermentación meloláctica (proceso que recude la acidez del vino), que desprenden un aroma muy fuerte a láctico, además de presentar pequeñas burbujas en el borde de la botella. Cuando se da este caso, incluso se crea un exceso de acidez.

Antes de devolver un vino, debes estar seguro de que realmente esté malo, así que, si no estás convenido, agita un poco la copa y deja reposar el vino para que el olor se intensifique.

Como consumidores, tenemos el objetivo de aprender no sólo a valorar y apreciar las cualidades de un vino, sino a disfrutar de las mismas. Por ese motivo, recomendamos que, si se encuentra con un vino defectuoso, consulte o devuelva la botella. Tomar vino es una ceremonia, por lo que no sólo el producto debe ser óptimo, sino que el servicio del mismo debe ser de primera línea.

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